miércoles, 26 de febrero de 2014

JESÚS EL MESÍAS - Parte III y Final


Porque al Padre agradó que en él habitara toda la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la  paz mediante la sangre de su cruz.

Epístola a los Colosenses (1:19 y 20) 



¿FUE JESÚS EL MESÍAS PROMETIDO?

En este artículo intentaremos probar en contexto que Jesús, el hombre histórico cuyo ministerio conocemos a través de los Evangelios, sería verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías prometido que profetizaron los escritos sagrados del pueblo de Israel.

MESÍAS: Era el nombre hebreo para el liberador prometido a la Humanidad, papel asumido por Jesús y otorgado a él por los cristianos. El término se deriva del hebreo Mashíaj, que significa ungido. En la versión griega de la Biblia hebrea, la Versión de los Setenta o Septuaginta, este término se traduce por la palabra Jristos, de la cual se deriva Cristo. De ahí que el nombre de Jesucristo identifica a Jesús como el Mesías,... aunque el judaísmo afirma que el Mesías todavía no ha venido.

El concepto de Mesías combina el ideal hebreo de un rey davídico con la tradición sacerdotal ejemplificada por Moisés. Sin embargo, el profeta Isaías revela una tercera característica del Mesías, la del manso y humilde sirviente que sufre (Isaías 11:1-5; Isaías 52:15; y capítulo 53 completo). En la teología cristiana, Jesús es contemplado como la realización de los tres conceptos.

En el tiempo en que vivió Jesús, más que nunca, se esperaba la venida del Mesías, pero se había falseado el concepto que de él habían dado los profetas. En su gran mayoría, los judíos contemporáneos de Jesús, esperaban un Mesías que les traería prosperidad, un gran jefe político que levantaría a la nación.

Las tres concepciones erróneas sobre el Mesías eran: 
  1. El reino mesiánico sería un período de prosperidad material obtenida sin cansancio ni molestias y en la liberación del dominio extranjero. Los mismos apóstoles no concebían que Jesús hablara de muerte en la cruz para atraer a sí todas las cosas.
  2. Los rabinos concebían el Mesías futuro como un jefe político, el restaurador de la dinastía davídica.
  3. La tercera corriente hacía coincidir la venida del Mesías con el fin del mundo. El reino mesiánico se realizaría en la otra vida (visión escatológica). 

A pesar de estas concepciones falsas, había un "pequeño resto" de personas que tenían una idea exacta del Mesías: El Mesías, sacerdote y víctima al mismo tiempo, sacrificaría su vida para liberarnos del pecado y para restaurar la amistad entre Dios y los hombres. En este grupo encontramos a María con su prima Isabel (Lucas 1:41-46), al viejo Simeón (Lucas 2:30-32), a la profetisa Ana (Lucas 2:38), a Juan el Bautista (Mateo 3:2-12) y a la secta de los esenios.

¿Declaró Jesús ser el Mesías prometido?

Jesús proclamó en forma clara su mesianidad, aunque a causa de estas deformaciones haya usado una táctica prudente para no despertar demasiado escándalo para demostrarla en público, tomando el título de "Hijo del Hombre" utilizado por el profeta Daniel (Dn 7:13-14). Sin embargo acepta el testimonio de Juan Bautista (Juan 1:29-30), la declara abiertamente ante la samaritana (Juan 4:25-26) y ante Nicodemo (Juan 3:13-18). Su mesianidad la apreciamos también en la confesión de fe de Pedro (Mateo 16:18) y al presentarse ante sus discípulos como el Hijo de Dios: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo" (Mateo 11:27), revelando su íntima unión con el Padre con el cual se identifica.



Sin embargo, la manifestación más clara y contundente de la divinidad de Jesús que tenemos en los evangelios sinópticos está en la respuesta que dio ante el sumo sacerdote Caifás durante su propio juicio en el Sanedrín: "Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Jesús respondió: "Tú lo has dicho. Y os declaro que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre, y venir sobre las nubes del cielo." (Mateo 26:63-64).

En la mente de los que lo enjuiciaban no había duda de que él estaba afirmando ser el Mesías. Un análisis de ese testimonio demuestra que Él afirmó ser: 1) el Hijo de Dios. 2) el que se ha de sentar a la diestra del poder, y 3) el Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo. Cada una de estas afirmaciones es específicamente mesiánica. El efecto acumulativo de los tres es tan significativo que el Sanedrín captó los tres puntos y el sumo sacerdote respondió rasgando su vestidura, diciendo: “¿qué más necesidad tenemos de testigos?” (Mateo 26:65).[1]

Comprendieron que mediante su declaración Jesús estaba afirmando ser el Mesías, por lo que les quedaba solo dos alternativas que enfrentar: o sus afirmaciones eran una blasfemia y por ello merecía la muerte según la Ley de Moisés, o era su Dios encarnado y debían reconocerlo y postrarse ante Él. Se decidieron obstinada e incrédulamente por la primera, arrastrando con su autoridad religiosa al pueblo judío que lo condenó después ante Pilato: “Dícenle todos: sea crucificado… Y respondiendo todo el pueblo dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos” (Mateo 27:22-25)[2].


Nos queda además como testimonio la misma actuación de Jesús durante su vida pública. En primer lugar habla de perfeccionar la Ley que Dios le dio al pueblo judío (Yavéh [Jehová] a Moisés en el monte Sinaí) dando a entender que sólo el Mesías puede tener dominio sobre las cosas de Dios (Mateo 24:34-36). También se proclama el fin mismo de la Ley Moral, cosa que únicamente Dios puede pretender. Por otro lado se proclama más digno de amor que todos los seres queridos, más aún que de nuestra propia vida (Mateo 10:37 y 16:25). Por consiguiente Jesús se presenta como Dios.

El lenguaje de algunas expresiones evangélicas sólo se comprende si se tiene esta perspectiva de la divinidad de Jesús: 
  • "Y el Verbo era Dios" (Juan 1:1)
  • "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Juan 10:30)
  • "Yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11:25).
  • "Yo soy la luz del mundo" (Juan 8:12).
  • "Yo soy el camino y la verdad y la vida" (Juan 14:6).
  • "El que no recoge conmigo, desparrama" (Mateo 12:30).

Cuando cura a los enfermos, etc., obra directamente por propia virtud: "Quiero, queda limpio" (Mateo 8:3). Asume también el derecho a perdonar los pecados que es algo que solamente compete a Dios: "Confía, hijo, tus pecados te son perdonados" (Mateo 9:2). Actúa como Dios cuando la tempestad sacude la barca y amenaza con hundirla y Jesús despierta ordenando al mar: "¡Calla! ¡Cálmate!" (Marcos 4:39).

Por último, durante toda su vida Jesús nunca tiene una duda, ni titubea. Pronuncia los juicios más decisivos y comprometidos sobre los problemas humanos más graves sin que nunca su inteligencia acuse el mínimo esfuerzo, sin verse obligado a reflexionar antes de responder, ya que lo que sabe no es en virtud del estudio o del razonamiento.


¿Pudo Jesús ser un impostor o un iluso? 


Si Jesús fue un impostor, solo pudo deberse a una las las siguientes razones: o se trataba de un mentiroso descarado o bien de un iluso que creyó sinceramente que era Dios. La primera revelaría un carácter inmoral y la segunda facultades mentales perturbadas. ¿Pudo haber sido eso posible en él?


“Este testimonio, si no es cierto, tiene que ser una absoluta blasfemia o una locura. La primera hipótesis no puede permanecer ni un momento ante la pureza moral y dignidad de Jesús, reveladas en cada una de sus palabras y obras, y reconocidas por el consenso universal. El autoengaño en una cuestión tan importante, y con un intelecto tan claro en todos los aspectos, y tan sano, está igualmente fuera de toda cuestión. ¿Cómo podía ser un entusiasta o un loco uno que nunca perdió la calma, que navegó serenamente por encima de todas las aflicciones y persecuciones como el sol sobre las nubes, que siempre contestó de la manera más sabia las preguntas tentadoras, que calmada y deliberadamente predijo su muerte en la cruz, su resurrección al tercer día, el derramamiento del Espíritu Santo, la fundación de la Iglesia, y la destrucción de Jerusalén, predicciones que se cumplieron literalmente todas? Un Personaje tan original, tan completo, tan consistente, tan perfecto, tan humano y, sin embargo, tan superior a toda la grandeza humana, no puede ser un fraude ni una ficción.El poeta, como bien se ha dicho, en este caso hubiera sido más grande que el héroe. Se necesitaría más que un Jesús para inventar a Jesús”.[3]

Si recurrimos al testimonio de la Historia, su juicio es plenamente positivo para Jesús. En primer lugar es la única figura histórica que ha hecho que ésta se centre en él, ya que la Historia se divide en a.C. o d.C. (inclusive los historiadores que prefieren separar el tema religioso de sus investigaciones no pueden evitar hacer alusión a este acontecimiento al clasificar las eras antes o después de Cristo como a.e.c. = antes de la era común, y e.c. = era común). En segundo lugar, es su doctrina la que ha influenciado definitivamente la conciencia humana a través de los siglos. Por defenderla han sido infinidad los mártires, por su amor millones han dejado todo.

Dejando aparte la historia, podemos analizar la personalidad de Jesús como nos la describen los evangelios. Es impostor el que busca su propio interés, el que engaña al prójimo para alcanzar un fin. Jesús, por el contrario, jamás utilizó su prestigio para obtener ventajas de ninguna clase, su comportamiento siempre se evidencia sincero y leal. La santidad de Jesús es un hecho único en la historia; sólo él pudo decir: "¿Quién de vosotros me acusará de pecado con razón?" (Juan 8:46).

Tampoco Jesús es un iluso, lo prueban su perfecto equilibrio mental y su constitución física, de naturaleza atlética. Jamás sufrió enfermedad alguna, ni crisis nerviosa. Durante su vida pública y su pasión demostró su fortaleza física, nunca perdió el equilibrio ni la serenidad y siempre fue dueño de sus sentidos.

Jesús siempre fue consciente de tener un fin en la vida, del deber de realizar la misión encomendada por el Padre: salvar al mundo mediante su pasión y muerte. Jesús no lo olvida ni un momento. Varias veces el Evangelio nos narra tentativos para hacerle desistir de su empresa, y cada vez Jesús supera el obstáculo con una afirmación férrea de su voluntad. El último asalto lo recibió Jesús de su misma naturaleza durante el episodio de Getsemaní:

"...y comenzó a sentir terror y abatimiento.” (Marcos, cap.14 vers.33) [4]

Pasado el momento de decaimiento recobra plenamente el dominio de sí mismo. Si en la vida de Jesús no hubiese existido este episodio, quizá hubiésemos creído que era un insensible. Sus sentimientos ante la muerte revelan, por el contrario, la inmensa carga emotiva de su naturaleza humana.

Jesús une al heroísmo de la voluntad, una extraordinaria lucidez de ideas; siempre ve lo esencial, lo importante. Ante todo su inteligencia va unida a un perfecto equilibrio que demuestra tener especialmente en los momentos de prueba y de triunfo, y en su compasión ante las miserias ajenas.

A través de la pasión, Jesús demuestra su dignidad y su entereza; desde el momento de su prendimiento hasta el último suspiro, ni una palabra, ni un gesto revela en él debilidad ni decaimiento, con excepción de aquel momento cúlmine en la cruz, cuando el peso de los pecados del mundo sobre sí lo hicieron sentirse apartado de Dios, ocasión en que exclamó angustiado: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? (que significa: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’)” (Mateo 27:46) [5].

Tenemos que concluir diciendo que un impostor o un iluso no actúa como Jesús, y que por lo tanto debe ser lo que él afirma.

LOS MILAGROS DE JESÚS


Aunque Jesús, al presentarse al mundo como el Mesías, se sirvió de la excelencia de su doctrina y de la santidad de su vida (Juan 8:45), también tuvo que valerse de los milagros[6]: "Aunque no me creáis a mí, creed en las obras" (Juan 10:38). "Os lo dije y no creéis. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre testifican de mí" (Juan 10:25-26).

Los milagros que nos narran los evangelios debieron ser en primer lugar hechos reales desde el momento que aceptamos la historicidad y la autenticidad de los mismos. La vida de Jesús, sus discursos, la fe de los apóstoles, el entusiasmo de las muchedumbres, la resistencia de los enemigos, las discusiones con los fariseos, no se explican sin los milagros.

La historicidad de los milagros la confirma el estilo sobrio y simple con que están escritos. Ninguna ostentación o exhibición, ningún indicio de la tendencia oriental a la exageración. Las enfermedades que cura son las comunes entre los hombres: la lepra, tan frecuente entonces en Palestina, la ceguera, la parálisis, la hidropesía. Es evidente que los evangelistas no inventaron casos extraordinarios para resaltar los poderes de su Maestro. Por todo esto la hipótesis racionalista que rechaza la historia de los milagros ha sido paulatinamente desmentida.

Por último, solamente con los milagros podía Jesús probar su divinidad. Los milagros son señales al alcance de todos. Es tan grande su fuerza que no admiten excusas en quienes no crean en él. De esta manera habría probado Jesús ampliamente su afirmación de ser Hijo de Dios. El dominio absoluto que poseía de las fuerzas de la naturaleza solamente le podía venir de Dios, ya que el Altísimo no concede su dominio sobre la naturaleza a un impostor. Si lo concedió a un hombre que se proclamó su Hijo, fue porque era verdaderamente lo que decía.

En este contexto, el milagro que supera a todos y que tiene un valor particular, el de probar que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, es la resurrección [7].

El mismo Jesús la puso como demostración oficial de su divinidad: "Destruid este Templo, y en tres días lo levantaré" (Juan 2:19). "Esta generación mala y adúltera pide un signo, y no le será dado otro que el signo del profeta Jonás. De la misma manera que Jonás estuvo tres días en el vientre del cetáceo, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra." (Mateo 12:39-40). La predicción fue muy clara especialmente para los fariseos que sabían que ésta sería una de las pruebas para reconocer al Mesías.

Los discípulos también tomaron la resurrección de su Maestro como argumento principal de su predicación. El día de Pentecostés del año 30, a sólo cincuenta días de la muerte de Jesús, proclaman: "Varones israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús el Nazareno, acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios obró por medio de El entre vosotros, como sabéis; a éste, entregado conforme al consejo y previsión divina, lo matasteis, crucificándolo por manos de los inicuos; pero Dios lo ha resucitado, rompiendo las ligaduras de la muerte, porque era imposible que ésta dominara sobre El." (Hechos 2:22-24).

Los evangelios nos dan testimonio de la resurrección de Jesús con la narración unánime de los hechos: El tercer día después de la muerte el sepulcro de Jesús estaba vacío y él, vivo, se apareció a María Magdalena, a varias mujeres piadosas, a Pedro, a los discípulos que se dirigían a Emaús y, finalmente, a todos los apóstoles reunidos en el cenáculo. De nuevo le vieron días más tarde, en el mismo lugar, estando también el apóstol Tomás que no había asistido a la primera aparición; después lo vieron en Galilea y la última vez en Jerusalén el día de la Ascensión.

Si los apóstoles no vieron a Jesucristo resucitado, predicando su resurrección mintieron por uno de estos tres motivos: o por interés material, o por gloria, o por amor. Si podemos excluir estas tres posibilidades nos será lícito concluir, lógicamente, que su fe en la resurrección de Jesús solamente se pudo fundar en la realidad de los hechos. 
  1. La primera es muy fácil de excluir, porque esa fe, como ya hemos dicho, no les trajo más que odios, martirio y persecuciones.[8]
  2. La segunda también porque al reconocer a Jesús como al Mesías, renunciaban a un ideal político que todo el pueblo judío esperaba.
  3. La tercera, que es la única que hoy en día toman en cuenta los investigadores, no tiene fundamento en el plano histórico. La sencillez misma con que está descrita en los evangelios, es prueba de la ausencia de la fantasía. Si la resurrección de Jesús y sus apariciones fueran producto de la fantasía, éstas no serían tan contadas (sólo seis), su número tendría que ser mucho mayor. 

Tampoco se puede afirmar que la resurrección y las apariciones posteriores se deban a alucinaciones de los apóstoles. A nivel psicológico, es casi imposible que una persona en el estado de depresión, de desaliento y de pesimismo en que estaban los discípulos después de la muerte de Jesús, pueda sufrir alucinaciones. Para esto es necesario que el sujeto se encuentre en estado de exaltación y sólo prescindiendo del valor histórico de los evangelios se podría afirmar que éste era el estado de los apóstoles.

Dentro de las narraciones de la resurrección de Jesús existen algunas contradicciones aparentes, pero si éstas se analizan, se llega a la conclusión que las hay sólo en lo accidental, pero no en lo fundamental, que es que Jesús resucitó al tercer día. Lo que varía es la hora, quienes estaban presentes, al descubrimiento, etc.

Aún mayor valor que el testimonio de los evangelios, está el del apóstol Pablo, que hacia el año 55, apenas veinte años después de la muerte de Jesús, escribe a los Corintios para aclararles algunos errores, entre ellos el de no creer en la resurrección de los cuerpos. Les hace ver que o se cree en la resurrección de Cristo, y entonces hay que admitir la de los cuerpos, o se niega ésta y entonces hay que rechazar también la de Cristo, y acaba por afirmar que si Cristo no resucitó, la fe de los cristianos es vana y son los más infelices de los hombres, por poner todas las esperanzas en las promesas de Jesús que resultan ilusorias si verdaderamente no resucitó de entre los muertos (1Corintios 15:12-19).


Pablo es un testigo bien informado, instruido por testigos oculares, no había sido discípulo sino enemigo de los cristianos y, por consiguiente, un testigo crítico, sereno, reflexivo. Además su profundo y repentino cambio ocurrió justo cuando se le apareció el mismo Jesús camino a Damasco, convirtiéndolo en el más potente apóstol del cristianismo primitivo. Podemos pues confiar en un hombre cuya profunda transformación es la mejor prueba de que Jesús resucitó, y que por esa misma convicción tenía la certeza que sus sufrimientos no eran inútiles.[9]

Por otro lado, la confirmación sobre la realidad de la Resurrección se encuentra en la imposibilidad experimentada por los racionalistas de darnos una explicación admisible de la fe de los apóstoles, en el supuesto de admitir el milagro escueto y simple. Las teorías inventadas hoy carecen de valor. Se trató de explicar la Resurrección como una impostura (Reimarus), como un caso de muerte aparente (Paulus), como un producto mitológico (Strauss), como una alucinación (Renán), como un sincretismo (Harnack), etc.

Con su mismo sucederse estas teorías han demostrado su inconsistencia. Un racionalista ha destruido y refutado la obra de los otros. Todas las teorías inventadas hasta ahora son hipótesis parciales fuera del contexto mesiánico. La única explicación posible es que Jesús resucitó verdaderamente como había predicho.

Jesús resucitó; mantuvo su promesa. Había dado como prueba de su divinidad este hecho, un milagro de primer orden de cuya trascendencia no se puede dudar. Por tanto, si resucitó, es el Hijo de Dios, constituyendo con ello -como afirma Pablo- el fundamento sólido de la fe cristiana.

SEÑOR DE LA HISTORIA


Si la resurrección es considerada la prueba suprema y oficial de la divinidad de Jesús, existen otras de no menor valor; entre éstas ocupan el primer lugar las profecías del Antiguo Testamento. Para la Iglesia primitiva éstas tuvieron un enorme valor, pues era la mejor manera de probar a los judíos que Jesús era el Mesías. El mismo Jesús usó este método en sus discusiones con los fariseos: "Escudriñad las Escrituras ya que en ellas esperáis tener la vida eterna; ellas testifican de mí" (Juan 5:39. El subrayado es nuestro).

¿A qué Escrituras se refería Jesús?

Como vimos en un artículo anterior (En el Día internacional del Libro), el pueblo hebreo tenía, y aún conserva, la Biblia Hebrea, colección de libros escritos en tiempos y lugares diversos, completa ya en el siglo tercero antes de Jesucristo, cuando fue traducida al griego por un grupo de sabios alejandrinos (La Versión de los Setenta o Septuaginta). Aunque cada libro estaba escrito por un autor determinado, los hebreos atribuían su origen a Dios y los citaban sin distinción con la expresión general: “dice la Escritura”. Para ellos la Escritura era un libro inspirado, es decir, escrito por autores humanos bajo el influjo inmediato de Dios que se servía de ellos para comunicar a los hombres su palabra. Junto a este valor sagrado, la Biblia era la fuente principal de la historia hebrea, donde estaban registrados los privilegios excepcionales concedidos por Dios al pueblo elegido; la historia de los patriarcas, de los reyes, y de los profetas que en el curso de los siglos habían guiado a Israel al cumplimiento de la misión confiada por Dios.

Aunque la Biblia hebrea destaca claramente entre otros textos religiosos de la antigüedad por la pureza de su monoteísmo y la exquisitez de su moral, otro aspecto único del Antiguo Testamento es el mesianismo, la expectativa de un enviado del cielo que vendría a iniciar una nueva época en las relaciones de Dios con la Humanidad. A través de la Escritura la personalidad del Mesías se va delineando cada vez más claramente para permitir que el pueblo elegido lo pueda reconocer en el momento en que aparezca en el mundo.

¿Cómo describen al Mesías los profetas?

FAMILIA: Será un hijo de Adán y vendrá a reparar el pecado de desobediencia que ellos cometieron en el paraíso terrenal (Génesis 3:15); será descendiente también de Abraham (Génesis 22:16), de Isaac (Génesis 26:4), de Jacob (Génesis 28:14), de Judá (Génesis 49:8-10), de David (2ªSamuel 7:11-13).

TIEMPO EN QUE NACERÁ: Vendrá antes que el cetro de Judá pase a otros pueblos (Génesis 49:8-10), antes de la destrucción del templo (Ageo 2:7-8). El profeta Daniel lo determina con precisión, ya que su profecía coincidió con la época de Jesús cuando la expectativa del Mesías era general (Daniel 9:24-27)[10]. Esto también lo afirman Flavio Josefo (Guerra Judía, V,13), Suetonio (Vespasiano 4), Tácito (Historia, V, 13).

LA MADRE: Nacerá de una virgen (Isaías 7:14).

LUGAR DE NACIMIENTO: En Belén de Judá (Miqueas 5:2).

EL PRECURSOR: Juan el Bautista. El Mesías tendrá un precursor (Malaquías 3:1); que predicará a lo largo de la ribera del Jordán, en la región de Galilea (Isaías 40:3).

SU VIDA:

  • Maestro y profeta (Deuteronomio 18:15).
  • Legislador y portador de una nueva alianza entre Dios y los hombres (Isaías 55:3-4).
  • Sacerdote y víctima (Isaías 52:15; y capítulo 53 completo). Manso y humilde (Isaías 11:1-5).
  • Salvador de la humanidad y piedra de escándalo (Isaías 8:14).
  • Sobre él reposará el espíritu del Señor (Isaías 11:2).
  • Poderoso en milagros (Isaías 35:4-6).
  • Entrará triunfante en Jerusalén (Zacarías 9:9).

PASIÓN Y MUERTE: Vendido por treinta monedas (Zacarías 11:12); flagelado y escupido en el rostro (Isaías 50:6); taladradas las manos y el costado (Salmo 21:17-18); le darán hiel como bebida (Salmo 68:22); burlado (Salmo 21:8-9); sortearán sus vestidos (Salmo 21:19); su muerte (Daniel, capítulo 9); lo crucificarán (Zacarías 12:10); su cuerpo no estará sujeto a la corrupción (Salmo 15:9-11); tendrá un sepulcro glorioso (Isaías 53:9).

PROFECÍAS DEL REINO: Preanuncian el principio de una nueva alianza entre Dios y el hombre, reemplazando la antigua entre Dios e Israel (Daniel 9:24-27); comenzará en Jerusalén (Miqueas 4:2); representará la victoria del monoteísmo (Zacarías 13:2; Isaías 2:2-4; Miqueas 4:1-5); no se limitará sólo al pueblo hebreo, sino que será universal (Isaías 11:10; 49:6; Malaquías 1:11); será un reino espiritual (Salmo 71:7; Isaías 4:2-6; Daniel 7:27); con sacerdotes y maestros por todo el mundo (Isaías 66:21; Jeremías 3:15); con un sacrificio universal (Malaquías 1:11); y, por último, aniquilará las potencias adversas (Salmo 2:1-4; Isaías 54:17; Daniel 2:44).


Todas estas profecías se encuentran en los libros escritos tres siglos antes de Cristo. Basta con abrir los evangelios para saber que todas las profecías se cumplieron en Jesús: Es de la familia de David (Mateo 1:18-23), nació de una virgen (Lucas 1:27), en Belén de Judá (Lucas 2:4-7), tuvo un precursor que fue Juan el Bautista (Juan 1:15), realizó milagros de todo género (Mateo 11:5). Todas las profecías de su pasión se cumplieron a la letra, y lo mismo sucedió con las profecías de su Reino.

Durante su vida Jesús es perfectamente consciente de ser el objeto y realizar las profecías del Antiguo Testamento. Al leer algunos versículos de Isaías en la sinagoga de Nazaret, afirma: "Hoy se está cumpliendo ante vosotros esta escritura" (Lucas 4:21). A los fariseos que rehúsan creer en El, les dice: "Escudriñad las Escrituras ya que en ellas esperáis tener la vida eterna; ellas testifican de mí" (Juan 5:39). El evangelista Mateo se propone en su evangelio demostrar la mesianidad de Jesús basándose en las profecías del Antiguo Testamento.


Algunos racionalistas tratan de probar que Jesús se trató de acomodar a las profecías, pero esto es imposible en cuanto que el cumplimiento de muchas de ellas no podía depender de ningún modo de su voluntad, como la concepción virginal, el nacimiento en Belén, la traición por treinta monedas, la crucifixión, la resurrección, la incredulidad de los judíos y la conversión de los paganos. Sobre todo, ¿cómo podría un simple hombre obrar milagros para adaptarse a las profecías?

Jesús no solamente fue objeto de profecías, sino también sujeto, él mismo es un profeta. Predijo su propia pasión y muerte (Mateo 6:21-23), la traición de Judas (Mateo 26:21-25), la triple negación de Pedro (Mateo 26:30-35) y su martirio (Juan 21:18-19), la gloria de la Magdalena (Mateo 26:13), la huida de los discípulos durante la Pasión (Mateo 26:31), las persecuciones que padecerían después de su muerte (Mateo 10:17-23; Marcos 13:9-13), los milagros que harían en su nombre (Mateo 16:17). Predijo además la conversión de los gentiles o paganos (Mateo 8:11), la predicación del evangelio en todo el mundo (Mateo 24:14), la permanencia de su iglesia hasta el fin de los siglos (Mateo 28:20), la destrucción de Jerusalén (24:1). Todas estas profecías se cumplieron y se están cumpliendo con exactitud.

Jesús no domina solamente el futuro, también el presente. Lee lo que está en la mente y en el corazón de los que le rodean. Conoce toda la vida de la samaritana en los detalles más íntimos (Juan 4:18); sin conocer a Natanael sabe que es un israelita sincero (Juan 1:47-51); penetra el pensamiento de escribas y fariseos (Mateo 9:4-7; 12:25-27; Lucas 6:7-8); intuye los pensamientos de Simón el fariseo que murmura en su corazón contra la pecadora (Lucas 7:39).

CONCLUSIÓN

Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. A las declaraciones hechas por Él mismo, cuya vida y obra demuestran que no eran las de un mentiroso ni un impostor, los milagros físicos obrados en la naturaleza, y a la resurrección de su cuerpo, viene a unirse el milagro intelectual de las profecías.

Uno de los más notables historiadores de Gran Bretaña y decidido oponente al cristianismo organizado, William E. Lecky, escribió: “Le estaba reservado al cristianismo presentar un personaje ideal que a través de los cambios de 18 siglos  ha inspirado los corazones de los hombres con un amor apasionado; se ha manifestado capaz de actuar en todas las edades,  las naciones, los temperamentos y las condiciones; no solo ha sido el más sublime ejemplo de virtud, sino el más fuerte incentivo para la práctica de ella… El simple resumen de estos tres cortos años de vida activa ha hecho más para regenerar y suavizar a la humanidad que todas las discusiones de los filósofos y las exhortaciones de los moralistas” [11]

En esto, las iglesias cristianas están sólidamente fundamentadas, por lo que los judíos de hoy deberían reconsiderar -aunque fuera en un plano netamente personal- su interpretación histórico-religiosa de la vida y obra de Jesús de Nazaret, quien como él mismo dijera, no vino para abolir las Escrituras confiadas por el Creador a sus padres... sino para cumplirlas. Tan sólo hay un paso para que puedan ser sus seguidores: reconocerlo como el Mesías que tanto han esperado [12]. En esto tienen más responsabilidad que sus antepasados que lo rechazaron, debido a la perspectiva histórica que facilita en gran medida la correcta interpretación de las Escrituras, sobre todo lo expuesto en el Capítulo 53 de Libro de Isaías y en la profecía de las setenta semanas del Capítulo 9 del Libro de Daniel, que mencionan de manera explícita los padecimientos y la muerte del Mesías, respectivamente, las que se cumplieron con exactitud en Jesús de Nazaret.

Con la exposición de estos tres últimos artículos, fundamentados en las publicaciones de connotados investigadores bíblicos, espero haya quedado clara para el estimado lector, dentro del contexto secular y religioso, la autenticidad histórica del primer advenimiento del Mesías en la persona de Jesús de Nazaret, así como el imperecedero valor moral y espiritual de su corto ministerio y el cabal cumplimiento de su trascendental misión redentora, la que involucraba inequívocamente su muerte y resurrección tal como fuera profetizada en las Escrituras del Antiguo Testamento y cuya certeza sostuvo ante el martirio y la muerte a miles de cristianos a lo largo de la historia.


Sin embargo, su misión no terminaba ahí. Faltaba todavía evidenciar los frutos de aquél movimiento humano que Él fundó: su Iglesia, la que debía difundir a todas las naciones el Evangelio haciendo nuevos discípulos y demostrar con su forma de vida individual y colectiva que, en un mundo regido por las fuerzas de la oscuridad, era posible vivir con la pureza espiritual con que lo hizo el Mesías, oponiéndose con ello a su destructiva ideología y ser el medio de prueba moral que permitiera a éste la anulación y extirpación definitiva del Adversario del Altísimo y sus huestes, liberando con ello a la Tierra y a sus habitantes del dominio del mal y de su consecuencia, la muerte. Hecho dramático y definitivo que ocurriría con su, también profetizada, segunda venida al final de los tiempos, esta vez en la forma del Mesías glorioso y vencedor como lo esperaba la primera vez, erradamente, el pueblo judío.



Sin embargo tal proceso no sería tan fácil, a pesar incluso de la ayuda de lo Alto y de todo el esfuerzo de los apóstoles y los primeros cristianos.  En un próximo artículo revelaremos los esfuerzos realizados por las fuerzas oscuras para destruirla con las más crueles persecuciones, y al no lograrlo, infiltrarla utilizando poderes y agentes humanos corrompidos que terminarían tomando un completo control de su institución. ¿Su objetivo? transformarla en su aliado espiritual para atrapar las conciencias de la Humanidad, como parte de su último y desesperado esfuerzo para sobrevivir al Mesías y concretar sus planes de dominación y permanencia... mediante la conformación de un Nuevo Orden Mundial bajo su tutela.

Por




BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA 

  • La Biblia Latinoamérica, Edición Pastoral Nueva Evangelización, (LXXXV Edición, San Pablo y Editorial Verbo Divino, Madrid, España. © B. Hurault y R. Ricciardi, 1972. Sociedad Bíblica Católica Internacional – Roma).
  • McDowell, Josh. 1997. More than a Carpenter (Más que un Carpintero). Tyndale House Publishers, Wheaton, Illinois. Versión en español publicada por Editorial Unilit, Miami, Florida.
  • Oursler Fulton, 1955. La Fe más Excelsa. Colección Historia y documentos, Editorial Zig-Zag. Santiago de Chile.
  • Sagrada Biblia, versión Reina-Valera 1995, Edición de Estudio, de las Sociedades Bíblicas Unidas.
  • White, Ellen G. El es la Salida. Asociación Casa Editora Sudamericana. Reimpresión 1992, Condensación de la obra El Deseado de Todas las Gentes, de la misma autora

ENLACES RECOMENDADOS Del sitio web Y-JESÚS. Los hechos acerca de Jesús presentado por estudiosos:

VIDEOS RECOMENDADOS: 

1. Interesante debate entre un rabino y un judío mesiánico:


2. Los Hechos de los Apóstoles. Cómo se gestó la iglesia cristiana primitiva en cumplimiento de la misión que le encomendó Jesús a sus discípulos. Película fiel a la narración de Lucas, autor del Evangelio del mismo nombre.





NOTAS AL FINAL:



[1] El Sanedrín era el consejo nacional del pueblo judío, que estaba compuesto por los más destacados dirigentes religiosos de un pueblo culto e intensamente religioso, entre los cuales estaban incluidos hombres de la talla intelectual de Gamaliel y de su gran discípulo, Saulo de Tarso. (Anderson, 1910, p.5)

[2] Temeraria decisión de la turba organizada por el Sanedrín, cuya maldición explícita “caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos” pesó dramáticamente sobre ellos y sobre la descendencia judía a lo largo de la Historia, partiendo por la encarnizada destrucción de Jerusalén por las fuerzas romanas de Tito el año 70 d.C., continuando sin tregua con la cruel persecución de su gente diseminada por el mundo occidental durante la Edad Media y el Renacimiento por la Inquisición e incluso por los reformadores de Lutero, hasta culminar con el horrible Holocausto Nazi en la Segunda Guerra Mundial,… y quien sabe qué más todavía, dada la tensa y explosiva situación actual que se observa en el Medio Oriente.

[3]  Philip Shaff, History of the Christian Church (Historia de la Iglesia Cristiana), Grand Rapids, William B. Eerdmans Publishing Co. 1962. Reimpresión del original publicado en1910, p. 109.

[4] Quién haya visto el film del afamado actor y director Mel Gibson, La Pasión de Cristo, estrenado en marzo de 2004 en todo el mundo, habrá podido apreciar en toda su crudeza –al menos en lo que a sufrimiento físico se refiere- el inmenso dolor que le significó a Jesús beber de aquella copa. Súmele a eso la sensación de sentirse separado del Padre al cargar con la penalidad de la transgresión de todos los seres humanos, colgado del madero como un criminal, añádale el hecho de haber sido ejecutado por los mismos seres que había venido a rescatar con su sangre, y tendrá el cuadro completo de su inmenso sacrificio por el Hombre. “...Varón de dolores” –lo describió el profeta Isaías 700 años antes- “experimentado en sufrimiento; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡Pero nosotros le tuvimos por  azotado, como herido y afligido por Dios! Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados.” (Isaías, cap.53, vers.3-5)

[5] También es posible que aún en ese supremo momento Jesús haya mantenido su total entereza, ya que otra traducción de este pasaje sería: “¡Dios mío, Dios mío, para este propósito fui reservado!”. En efecto, Víctor Paul Wierwille en su libro Poder para la vida abundante analiza la frase dicha por Jesucristo en los momentos que va a morir en la Cruz y llega a esta conclusión, fundamentando que Mateo –que antes de conocer a Jesucristo era cambista y recaudador de tributos- escribió su relato en arameo. Posteriormente su obra fue traducida al griego, desapareciendo el original en arameo. Los traductores de la primera traducción griega, mantuvieron esta frase que está en arameo, la única que existe en dicha lengua en las traducciones de la Biblia en general. Estas agregan la traducción incorrecta a su idioma, tal como la hizo el primer traductor griego sin ser analizadas con base lingüística.
 Nos dice este estudioso de la Biblia: La palabra ELI quiere decir "DIOS MÍO", pero no hay palabra aramea LAMA. Hay una palabra LMNA. LMNA es siempre un grito de victoria, una declaración de "para este propósito", o "por esta razón". La raíz de SABACTANI es SHBK. SHBK quiere decir "reservar", "dejar", "guardar" o "mantener". (Extractado del sitio web: http://www.isp2002.co.cl/, perteneciente al Dr. Iván Seperiza Pasquali, Quilpué, Chile. Inscripción ISBN N°55.377. Copyright©1982-2002 by IVÁN SEPERIZA P.)

[6] Los milagros de Jesús vendrían a ser la respuesta contundente del Padre que corrobora la afirmación de aquél de ser su Hijo. Según los teólogos, el concepto de milagro se compone de cuatro elementos:
  1. debe ser un hecho sensible, es decir, capaz de ser percibido por los sentidos e instrumentos de investigación científica;
  2. debe ser superior a las fuerzas conocidas de la naturaleza, de tal modo que éstas sean incapaces absolutamente de realizarlo, o que no puedan realizarlo en aquel modo determinado;
  3. al superar las fuerzas naturales, el milagro debe proceder de Dios como causa;
  4. esta intervención de Dios debe tener un fin religioso, como la demostración del carácter sobrenatural de una revelación, o un fin moral como podría ser la demostración de la inocencia de una persona.


También distinguen tres especies de milagros:
  1. físico, si el hecho supera la capacidad de la naturaleza física, como la curación instantánea de un tuberculoso, la resurrección de un muerto, la multiplicación de los panes;
  2. intelectual, si la acción supera la capacidad de la inteligencia humana, como el conocimiento del futuro libre, la penetración de los secretos de las conciencias;
  3. moral, si supera las leyes morales, como una conversión imprevista, el valor de resistir un martirio.

 Dios, ser infinito, tiene poder y razones suficientes para modificar el curso normal de las leyes naturales, pero además debe tener razones para realizarlos, pues no hace nada que no tenga un fin digno de Él. Cuando Dios necesita o quiere mandar un mensaje a los hombres se vale de los milagros para eliminar toda duda de que Él es quien interviene.

[7] Aconsejamos al lector revisar nuestro artículo anterior titulado Ha Resucitado, basado en la declaración de los ángeles a los discípulos que encontraron la tumba vacía el primer día de la semana: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado.” (Lucas 24:4), y en la famosa declaración del apóstol Pablo respecto de la resurrección de Jesús como el fundamento de la fe cristiana: “Y si es predicado que Cristo ha resucitado de entre los muertos. ¿Cómo dicen entre vosotros algunos que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos tampoco Cristo ha resucitado; y si Cristo no ha resucitado, vana es también nuestra predicación y vana también vuestra fe... estáis todavía en vuestros pecados. Y desde luego los que murieron en Cristo también perecieron (…) Pero la verdad es que Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron.” (1° Corintios 15).

[8] De aquellos doce hombres, once murieron sacrificados por causa de dos convicciones: la
resurrección de Jesús y su fe en Él como el Mesías, el Hijo de Dios. Fueron flagelados, torturados y finalmente enfrentaron la muerte por medio de algunos de los métodos más crueles de la época en que vivieron: Pedro, crucificado boca abajo; Andrés, crucificado; Marco, a espada; Santiago, hijo de Alfeo, crucificado; Felipe, crucificado; Simón, crucificado; Tadeo, asesinado por las flechas enemigas; Santiago, el hermano de Jesús, apedreado; Tomás, con una lanza; Bartolomé, crucificado; Santiago (Jacobo), hijo de Zebedeo, a filo de espada. Solo Juan falleció de muerte natural. (Fuente: McDowell, Josh. 1997. “Más que un Carpintero”. Capítulo 5: ¿Quién moriría por una mentira?)

[9] El historiador Philip Schaff (ya citado en la nota 3) declara; “La conversión de Pablo no solo marca un momento decisivo en su historia personal, sino también una época importante en la historia de la iglesia apostólica, y consecuentemente en la historia de la humanidad. Fue el evento más fructífero después del milagro de Pentecostés, y aseguró la victoria universal del cristianismo”. Sin embargo, muchos son los estudiosos de la Biblia a lo largo de los siglos (como Tomás de Aquino, Teresa de Ávila, Blaise Pascal y Carl Gustav Jung, entre muchos otros) que han cuestionado la calidad de Pablo como apóstol de Jesucristo o han puesto en duda la autoridad de sus epístolas –no obstante formar éstas parte importante del Nuevo Testamento y tener un papel protagónico en la formación de la iglesia primitiva- debido a aparentes contradicciones lógicas con los evangelios, a doctrinas muy duras consideradas a simple vista machistas, fundamentalistas o judaizantes, o porque casi no cita en sus epístolas las palabras de su Maestro (ver los sitios web www.metalog.org/p_pablo1.html. y www.metalog.org/p_pablo2.html La Paradoja de Pablo).

Habiendo analizado concienzudamente dichos sitios y comprobado que los argumentos expuestos por sus muchos detractores no tomaban debidamente en cuenta el contexto global de los escritos bíblicos, al hecho misterioso de la conservación intacta de éstos hasta hoy durante siglos difíciles a partir de su conformación definitiva el siglo II d.C. (actualmente es el best seller mundial), y fiel a su tesis de tomarla como base de investigación válida -incluyendo las epístolas de Pablo-, el autor responde con la misma Biblia, contraponiendo a dicho desprestigio las palabras de otro apóstol, Pedro, cuya autoridad como tal y la de sus escritos no han sido puestos en duda: “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación, como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito en casi todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, los cuales los indoctos e inconstantes tuercen (como también las otras Escrituras) para su propia perdición. Así que vosotros, amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos caigáis de vuestra firmeza.” (2° Pedro, cap.2 vers.15 al 17). Nótese cómo Pedro coloca en un mismo plano las epístolas de Pablo y las escrituras del Antiguo Testamento (“las otras Escrituras”), inspirado tal vez por la Sabiduría Superior que preveía una interpretación confusa de sus escritos en el futuro. Por ello, tomando en cuenta los importantes aportes de Pablo en el contexto de lo que exponemos en el presente artículo, saque el lector al final sus propias conclusiones.

[10] Esta es la extraordinaria profecía conocida por los investigadores bíblicos como “la profecía de las setenta semanas”, ya detallada en una de las notas al final del artículo anterior.

[11] William  E. Lecky, History of EuropeanMorals from Augustus to Carlomagno (Historia de las Morales Europeas desde Augusto a Carlomagno), Nueva York D. Appleton and Co., 1903, Vol.2, pp. 8, 9.

[12]  Además de los judíos convertidos en Jerusalén en el siglo I que formaron la primera comunidad cristiana primitiva, en la actualidad los judíos mesiánicos -una secta poco
conocida del judaísmo- son un buen ejemplo de conversión judía al interpretar correctamente las Escrituras en lo que respecta al Mesías. Propiamente dicho, un judío mesiánico es un miembro de la religión judaica que, contrario a lo que cree la religión judaica o Judaísmo, considera que el Jesús histórico no es solamente un personaje histórico, sino que en efecto es el Mesías prometido a los judíos en el Antiguo Testamento. Surgieron como tales en el siglo XIX en Londres como un movimiento judío-cristiano y paralelamente en Hungría, mientras que en 1915 se organizó en EE.UU., y en 1925 a nivel internacional. Para la década de 1960 se renovó en este último país con el nombre de judaísmo mesiánico. Aunque aceptan a Jesús como el Mesías -el enviado o ungido de Dios- no se consideran un movimiento cristiano porque que nunca vino a fundar una nueva religión, ya que afirman que Y'shua (Jesús) vino a los corderos de la casa de Israel. Sin embargo un judío mesiánico puede ser considerado un cristiano, ya que este término identifica a aquel que sigue las enseñanzas de Cristo y que idealmente las aplica en su vida. Si un miembro del pueblo judío hace a Jesús su Dios, su Señor y su Salvador, ese judío es un judío cristiano que considera a Jesús como su Mesías. No obstante mantienen en gran parte sus ritos judíos, así como su cultura, costumbres y creencias, celebran el Shabbat (el sábado, el día sagrado) y la Pascua como el símbolo de la resurrección de Cristo precisamente porque ocurrió durante esa celebración judía. (Fuente: Julio García, BBC Mundo, 7 de abril de 2012).

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